A Vuestra Merced, señor de agudas plumas y ofuscados afectos:
Recibí con alborozo no fingido, aunque sí algo estupefacto, la epístola que vuestra bien amueblada cólera se dignó enviarme. A fe que me place ver cómo mis modestos escritos obran en vos efectos tan vivos, y que aún halléis tiempo, entre embestidas y lamentos, para componer tan florido sermón contra mi pobre persona, que no es otra cosa que aburrida, sí, pero tenaz.
No he de negaros que me halaga sobremanera vuestra celeridad, pues no hay prisa sin ansia ni ansia sin afecto; y si el amor se mide por el tiempo que se dedica, confieso que vuestra merced me ama más de lo que admite. ¡Ay, la contradicción de los corazones en guerra! Aún cuando se lanzan piedras, es porque algo dentro arde.
Decís que meo fuera del tiesto, y quizá no os falte razón, mas no olvidéis que quien amenaza tres veces con desconvocar a un alma —y a la cuarta consuma el agravio—, no está regando, sino arrancando la flor. Y si en este vergel de selecciones se siembra la injusticia, no extrañéis que surja, como cardo de secano, mi queja o mi pulla.
No poseo la elocuencia de la Ñ ni el don de la invisibilidad para pasar sin ruido, pero tengo dos cosas que valen más que el oro en tiempos de paz: tiempo y aburrimiento. Y no hay enemigo más paciente ni molesto que quien, sin tener prisa ni deuda, puede darse el gusto de incordiar con ritmo y métrica.
Decís que el encefalograma languidece... pero yo os digo que si algo languidece es el foro cuando callo, pues aunque sea para contrariaros, no puede negarse que lo animo, lo sacudo y hasta lo ilumino con mi sombría presencia. Y si a veces soy espina, es porque el rosal está seco.
Agradezco, no obstante, el afectuoso saludo con que rematáis vuestra invectiva, y os devuelvo otro no menos cordial, esperando que tras la repesca, si no nos vemos, al menos nos leamos.
Dios guarde a Vuestra Merced muchos años, aunque sea para que siga leyendo mis desvaríos.
Yo no pacto, nos vemos en las canchas.